domingo, 1 de marzo de 2009

 Llevo despierto cincuenta y cuatro horas, en San Valentín decidí que Carlos y yo saldríamos la semana que viene, sin chicas, a desfasar. Se ha retrasado un poco, el fin de semana pasado no nos pusimos de acuerdo, pero este viernes salimos, vaya si salimos. 


 Llevo despierto cincuenta y cuatro horas, en estos momentos he decidido que no volveré a tomar "Speed", la noche del viernes fue genial hacía mucho tiempo que no me lo pasaba tan bien, no recuerdo a cuanta gente conocí, o cuantas cervezas me bebí. El sábado por la mañana fue mejor incluso, cuando cerraron, a eso de las nueve, la discoteca a las afueras en la que estábamos, nos fuimos con tres preciosas muchachas de pupilas dilatadas sentadas en la parte de atrás a un "after" en un chalet de un pueblo cercano. 


 Llevo despierto cincuenta y cuatro horas, en cuanto Carlos me enseñó la bolsa de plástico con aquel polvo blanco decidí cancelar todos los planes que tenía para el fin de semana, llamé a casa diciendo que no iba a comer el domingo, le mandé un mensaje a Cristina anulando el sábado por la noche, y borré de mi lista de tareas todos los apuntes que tenía que ordenar.

 

 Llevo despierto cincuenta y cuatro horas, entrevista con el vampiro suena en el ordenador, he decidido obligarme a comer algo y acostarme a intentar dormir de nuevo.


 Llevo despierto cincuenta y cuatro horas, cuando me monté en el coche con los ojos como platos decidí que seguiriamos de fiesta. En el chalet del amigo de una amiga de las muchachas de pupilas dilatadas el vibrar de los graves continuó hasta las siete de la tarde. Yo me quedé hasta bien entrada la noche. Cuando salí de aquel cuarto me encontré a una morena de pelo largo, atractiva sin ser guapa sentada en el taburete de una barra americana, Maria de los Ángeles pude leer en una tarjeta de crédito que acababa de soltar sobre la mesa. Dos sonrisas, una fuerte aspiración, cuatro recuerdos de la infancia compartidos, mi propio reflejo en unos ojos sin iris, otra vez la tarjeta de crédito, dos aspiraciones esta vez, fruto de la amabilidad que caracteriza a la gente del sur, otra sonrisa, una mirada complice y un pequeño salto para bajar de un taburete. De nuevo entro en la oscuridad, mis ojos se acostumbran y puedo contar hasta cinco cuerpos repartidos en dos colchones, demasiado lento todo. Embisto a la muchacha de pupilad dilatadas contra la pared más cercana, un pequeño grito de dolor que se ahoga en un quejido de placer, muy poca ropa separa su cuerpo de mi torso desnudo, y el sudor que nos recorre a ambos, sudor que en otro momento me asquearía, incluso me daría nauseas, me insta a apretarla más fuerte contra mi. A enredar mi mano en su pelo, y arrastrarla hacía abajo, obligandola a descubrir rincones más íntimos. Su mano me coge la muñeca, intenta levantarse de nuevo, y tras un breve forcejeo la dejo volver a mis labios. Recorro su cuello hasta el hoyuelo entre sus clavículas, no solo sabe a sal, puedo detectar el sabor de las anfetaminas en su licor que destila su piel, llevo una mano hacía el botón de los pantalones, quito el primero, y arranco el resto, con ambas manos enredadas en su nuca y mi lengua entre sus dientes, comienzo a apretar su cuerpo contra el mío y una pared que dejó hace tiempo de estar fría. 


 Llevo cincuenta y cuatro horas despierto, el recuerdo de la tarde anterior arde en mis pantalones y he decidido no volver a tener sexo colocado, es realmente adictivo. 


 Llevo cincuenta y cuatro horas despierto, caigo rendido en uno de los colchones donde otra de las parejas  escucha atentamente el sonido de unos graves que vuelven a sonar y decido descansar un poco. Reconozco a Carlos como uno de los integrantes, conserva sus calzoncillos dentro de los cuales reposa la mano de su compañera, que mira hacía fuera, su cabeza se gira hacia mí, y sonrie al reconocerme, se quita a la chica de encima y se gira para dejar caer su metro ochenta sobre mi persona, me abraza, me dice que soy su mejor amigo, hoy más que nunca, y no para de besarme la frente y pasarme la mano por el pelo y la barba rasurada poco antes de empezar la fiesta, hace unas veinticuatro horas, mientras me recuerda aquel día en la facultad cuando nos conocimos. 


 Llevo cincuenta y cuatro horas despierto y exhausto por todo lo que ha pasado decido no sentirme culpable por lo que he hecho, 


 Llevo cincuenta y cuatro horas despierto y anoche cuando Cristina me llamó a las dos de la mañana para preguntarme si iba al STAR decidí que era hora de que Carlos y yo volviésemos a Tortuosa. Aún tenía a Carlos sobre mi brazo, alguien tosía en la oscuridad, le dije que quería irme, sacó de debajo de la almohada su cartera, a tientas y desde la misma tarjeta aspiramos de nuevo antes de salir. 


 Llevo cincuenta y cuatro horas despierto y mirando el bocadillo de jamón que me da asco, decido dejar lo de comer para el próximo día.


 Llevo cincuenta y cuatro horas despierto, y anoche cuando entramos en Tortuosa y Carlos me dijo de ir a mi casa ya que ninguno de los dos podría dormir decidí dejarlo subir. Una vez allí y puesto que era una hora totalmente conveniente nos echamos un copazo del Jack Daniel que guardo por lo que pueda pasar. A la primera copa con algo de cocacola, la sigue una solo con hielo, y a ésta, alguna más hasta que no queda nada en el fondo de la botella. Saqué lo que nos quedaba con intención de guardarlo, pero de última en última hemos acabado con lo que aún quedaba en la pequeña bolsa de cierre hermético. Con la última copa, iTunes dejó de sonar, habremos arrancado el cable en algún momento y la batería se ha acabado. Me levanto para solucionar lo ocurrido, el cable sigue puesto, es la lista de reproducción la que ha terminado, pongo el aleatorio, y supongo que debido al cansancio me arrojo a la cama. Un golpe me saca de mi ensoñación, Carlos se ha levantado también y se ha arrojado sobre mí, de nuevo el forcejeo, aunq esta vez de naturaleza distinta. No es la primera vez que pasa. Intento reducir a mi oponente como hice esta tarde, recuerdo a la muchacha de pupilas dilatadas con la tarjeta de crédito que decía Maria de los Ángeles, pero esta vez es a mí al que toca ceder en la lucha. 


 Llevo cincuenta y cuatro horas despierto miro hacia el dormitorio y decido intentar dormir otro rato, Carlos como siempre que esto pasa está en su rincón de la cama, hecho un ovillo, en el borde, mirando hacia la pared. 


 Llevo cincuenta y cuatro horas despierto y anoche estuve a punto de acostarme con uno de mis mejores amigos, decidí dejarme llevar una vez más. A la rudeza del principio la siguen suavidad, besos y caricias. No solo se retuercen dos cuerpos en una cama sino millones de pensamientos en dos cabezas, al final nunca llegamos a consumar, la culpabilidad nos impide cruzar esa frontera. La cosa acaba como si de amantes adolescentes se tratara, y tan pronto como Carlos exhala un último aliento, incluso antes de tomar aire de nuevo se esconde en su rincón de la cama, hecho un ovillo, en el borde, mirando hacia la pared.


 Llevo cincuenta y cuatro horas despierto, practicamente las últimas dieciseis dando vueltas en la cama y decido intentar dormir de nuevo.


 Llevo cincuenta y cuatro horas despierto, hace ocho horas decidí olvidar lo que llevaba dandole vueltas a la cabeza las ocho anteriores. 


 Llevo cincuenta y cuatro horas despierto, y mientras miraba la espalda desnuda de Carlos hace unos minutos, justo antes de levantarme, decidí  que no quería verlo más en su rincón de la cama, hecho un ovillo, en el borde, mirando hacía la pared.


 Llevo cincuenta y cuatro horas despierto y mientras despierto a Carlos, si es que realmente estaba dormido, decido que ya es hora de que se marche. No hace falta cruzar palabras, ni siquiera me mira antes de salir de casa. 


 Llevo cincuenta y cuatro horas despierto y los últimos pensamientos revuelan en mi cabeza. No decido dormirme, es el sueño el que viene solo. En el portatil suena  un nocturno de Chopin. Mientras la luz de la pantalla ilumina mi cuerpo desnudo en mi rincón de la cama, hecho un ovillo, en el borde, mirando hacia la pared.

16 de febrero



Odiaba los domingos de resaca, es un día que ya empieza mal porque te levantas a la hora de comer, sin ganas de cocinar por supuesto, con la cabeza a punto de explotar, y una fatiga que ni cuando fuiste a ver jurar bandera a tu primo a Ceuta. 


Salvo por ese instante en el que abres los ojos justo cuando  despiertas y aún no has movido la cabeza, señal a la cual todos los jugos que pueda haber en tu cuerpo juegan al pilla pilla. La calma que precede a la tempestad.


Ahora mismo estoy en ese preciso instante, sé que al mínimo movimiento todo se irá al garete, pero por tantos domingos perdidos me voy a rebelar, voy a aprovechar que mi cabeza aún funciona y voy a planear un día sino perfecto aceptable al menos. 


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Ayer me pasé todo el día en la cama, me levante con resaca pero dispuesto a prevalecer sobre ella y hacer algo productivo con mi día. Desayuné, puse a hervir agua para cocer algo de pasta, sí, no me gusta comer antes de desayunar, aunque el intervalo entre uno y otro sea de cinco minutos, y entré a ducharme. Hasta aquí todo bien. Pero saliendo del cuarto de baño me pisé el cinturón del albornoz, trastabillé recorriendo la mitad de mi apartamento y yéndome a caer junto a la vitrocerámica con tan mala suerte que en un fallido intento de evitar el golpe agarré el mango del cazo tirándomelo encima.


Gracias a Dios, tan despistado como de costumbre había puesto a calentar otro de los fuegos y todo quedó en un susto y en un chichón en la frente.


Aún así, decidí q debía darme el día libre, y me pasé la tarde viendo Lost en el ordenador. 


Pero hoy tengo q volver al trabajo. El pasado febrero casi termino la carrera, apenas me faltan un par de asignaturas y un par de créditos de libre este semestre. Si todo sigue según lo previsto para Junio debería tener el título. Pero no sé que quiero hacer con mi vida, estos años han pasado demasiado deprisa. Entré diciéndome a mi mismo que ya decidiría a qué dedicarme luego, que había tiempo más que de sobra para tomar decisiones y la verdad es que siete años han pasado en un parpadeo, los días se pierden entre los dedos, las semanas se deslizan sigilosas por la vida, los meses ayudados de todas las fechas importantes se escapan sin que puedas hacer nada. 


Quizás debería dedicarme a ser modelo a tiempo completo, ya me han llegado ofertas de pasarelas más largas, y de trabajos fuera, y soy demasiado joven para montar mi propia consulta. Por otro lado, no es un trabajo que termine de llenarme y con la especialidad en psicoanálisis podría ponerme a trabajar en breve. Ojalá estos cuatro meses sean los más largos de mi vida.


Voy pensando todo esto mientras bajo desde mi ático por las escaleras, fue una de esas promesas de fin de año, ultimamente no paso por el gimnasio tanto como debiera y subir y bajar estas escaleras un par de veces al cabo del día me ayudan a mantener mi linea. Abro la puerta de un tirón, otra vez se ha quedado atascada. El sol brilla por fin sobre nuestras cabezas en Tortuosa, así que iré andando a la facultad, no queda lejos. 


Parece mentira que realmente no valoramos algo hasta que nos lo quitan, apenas una semana lloviendo, y hoy la gente por la calle parece otra, más niños con sus padres, multitud de caras felices, incluso varios ancianos me han saludado antes de llegar a mi destino.


La facultad es un edificio mastodóntico obra de Calatrava, está junto al a la playa y es raro, bonito a mi parecer. Pretende ser una gran ola viniendo desde el mar y si, tiene muchos detractores.


Hoy nos dan la mayoría de las notas, estoy nervioso, como siempre, aunque bastante seguro de haberlo aprobado todo. Si es así, hasta junio habré de venir solo a terminar la especialidad los jueves y los viernes. 


Una vez en la planta correcta, comienzo a ver caras y actitudes conocidas, da un poco de repelús el cómo los estudiantes de psicología nos estudiamos todos los unos a los otros. No me sorprende ver a Pilar llorando por un 9.3, seguramente por la presión en su familia desde la escuela, Arturo el alumno eterno, la tercera vez que hace psicopatología y un 3, se bloquea en los examenes, inseguridad, sus padres no le prestarían la atención que necesitaba en las primeras fases de su niñez. Enrique, misma asignatura, misma nota, no quiere terminar la carrera, le gusta la vida de estudiante, que su padre le pague sus salidas, no me hicieron falta estudios para saber esto, me lo dijo él. Felipe Salazar 8.7, complejo de superioridad, podría sacar mejores notas si se esforzara pero se siente por encima de ello. 


Si, deformación profesional. Dicen que estudiar psicología te convierte del todo en loco, que aprender las reglas por las que se rige la conducta humana te saca del juego empujándote a una espiral de autodestrucción corroborada por la gran cantidad de psicólogos en centros de salud mental hoy día. Pero estoy tranquilo, a mi no me pasará eso, siempre he estado fuera del juego y, al fin y al cabo, me gusta.